martes, 5 de octubre de 2021

Autonomía e independencia.

“Para saber a dónde vamos, primero es necesario recordar de dónde venimos.”

-Proverbio de los pueblos originarios americanos.

 

¿A quién debemos la vida? A nuestros padres, a nuestra familia detrás de ellos, y a todas las personas que contribuyen con su servicio a la humanidad alrededor. Agricultores y otras personas que producen alimentos, transportistas que las traen de allá para aquí, constructores y arquitectas que nos permiten habitar bajo un techo; incluso las personas dedicadas a la medicina, la educación y la guerra son capaces de hacer cosas buenas por nuestras vidas. ¿Cómo podemos decir, entonces, que somos independientes?

Se ha puesto de moda un discurso, desde las simples opiniones de la economía, relacionado a hacerse a uno o una misma, no deberle nada a nadie, ser libres de tener riqueza. Esa es la peor manera de introducirnos en la ilusión de que no la tenemos, y por caer en esa ilusión es que economistas ineptos están al servicio de quienes dominan, y destruyen, el mundo. Toda la villanía de los dibujitos animados tenía unos yanaconas sometidos para que roben y maten en su lugar, mientras se sentaban acariciando gatos en cómodos sillones.


Podrías ser vos.


Vivimos en la abundancia. Árboles y plantas siguen creciendo todo el tiempo. Animales han aprovechado la pandemia para recuperar territorios de los que fueron excluidos. Nuestra ausencia, nuestro hacer vacío con la sindemia del qoví, les permitió reconectarse con sus ancestros. Revisitar tierras que nunca olvidaron, pero tampoco conocieron. ¿Acaso nos hemos distraído de la abundancia? ¿Será por eso que contaminamos ríos, volamos montañas, destruimos bosques y asesinamos animales como si fueran basura?

No lo sé. Lo que sé es que, para vivir en abundancia, lo primero que necesitamos es reconocer nuestra dependencia. Y agradecerla. Sólo así podremos ser libres de hacerla como queramos, de ponerle límites a quienes nos la dieron: El agradecimiento paga cualquier deuda y alcanzamos nuestra independencia cuando podemos decir: "Basta, ya fue suficiente." Quienes nos dieron la vida nos la dieron porque tenían. A veces con el dinero ocurre lo mismo (especialmente a muchas personas que se sienten “independientes”). La vida no se hace “trabajando”. La vida se hace dejando de trabajar: Literalmente. Se hace “haciendo el amor”. Nosotros, nosotras, recibimos esa vida con mayor o menor confianza, con mayor o menor sentido de merecerla, con más o menos dudas y certezas. Y es por eso que la vida es como los y las mejores amantes: siempre nos da un tiempo para mirarla, para acercarnos despacio, para acostumbrarnos (es como entrar al agua). Hasta para irnos y volver, a veces. Y si lo hacemos con paciencia, finalmente, podemos tomarla. Tomar la vida. Desde la aceptación.

Por eso es difícil pensar en una autonomía. Suena a algo egoísta, desacertado, desleal. Sin embargo, es posible: Saber qué puedo y que no, desde mi interior. Pero no es independiente. La autonomía es, en todo caso, una responsabilidad que surge a partir de nuestra interacción con el entramado de leyes tejidas por la sociedad. Es por eso que todos y todas somos libres: Porque incluso aceptando someternos a las leyes del mundo y de la humanidad, seguimos teniendo la capacidad de elegir dejar de hacerlo. A veces, por esto, nos ponemos en riesgo de ser reprimidos, encerrados… ¡incluso a veces ponemos en riesgo la vida! Pero la vida es constante riesgo de muerte. Nadie puede esperar vivir, mucho menos feliz, si no sabe que va a morir en cualquier momento.

El secreto de la autonomía es, curiosamente, que no viene de adentro. Como la serpiente que se muerde la cola, en nuestro interior nos conectamos con aquellos que nos han puesto las reglas. Y con lo que sea nuestro que se ha rebelado ante eso. Así vamos definiendo dónde queremos estar. Hasta dónde sí, hasta dónde no. Nuestros propios límites. Y los que no podramos ponernos, nos pondrán en nuestro lugar. Vendrán de personas con jerarquía superior, de pares, de amistades, de parejas, ¡incluso de hijos! Vendrán de los elementos, de dioses y diosas, de piedras, plantas y animales… ¡incluso de duendes!


Podríamos ser.


La fantasía limita a la realidad y lo real a lo fantástico como los hemisferios cerebrales se limitan entre sí. En el equilibrio entre ambas cosas buscamos mantenernos con vida. Y para esto debemos desarrollar, en nuestra infancia y adolescencia, las herramientas para sostenernos en nuestros propios pies y procurarnos lo necesario para la supervivencia. Lo aprendemos de las personas más grandes, padres, madres, tíos, tías, abuelos y abuelas. Y lo seguimos aprendiendo de hermanos, hermanas, primos, primas, sociedades y amistades, vecindades, relaciones de pareja, ambientes laborales. Y podemos consultar a la medicina, a terapeutas, a ayudadores y ayudadoras de todo tipo que nos den una manito con algo que nos cueste. Pero el objetivo principal es, siempre, cultivar el jardín que somos.

Necesitamos desarrollar la posibilidad de hacernos cargo de nuestro niño y nuestra niña interiores. “Seré mi propio padre, seré mi propia madre, y así voy a aprender,” nos dice Gabo Ferro. Adoptémonos. Esa es toda la autonomía posible. Adoptémonos con el amor de nuestros viejos y nuestras viejas. Limitemos nuestros caprichos con su eficacia. Decidamos nuestros límites. Prestemos atención a nuestras responsabilidades… Cuidemos de nosotros y nosotras. Y así vamos a aprender.

El siguiente paso, quizá, sería enamorarnos de nuestra pareja interior. Explorar nuestra propia sensualidad. Y ahí, cuando no estemos solos y solas, quizá alguien venga a compartir en ese encuentro hermoso de dos clanes, una fiesta de romance, sexo y diversión. A compartir mates, miradas, lecturas y experiencias en el mundo. Pero esto, por ahora, lo voy a dejar para otro capítulo. Porque primero me miro a los ojos a mí, me sonrío, me acepto, me apruebo… y me invito a salir.


Podría ser yo.

sábado, 28 de agosto de 2021

Como los árboles.

Las personas somos como los árboles en algunas cosas: Nuestras raíces se encuentran debajo nuestro. A diferencia de los árboles, esas raíces se mueven con nosotros, nos acompañan. Sus formas inmateriales se encuentran bajo tierra. Y en algunos casos, literalmente, también sus formas materiales: Los restos de nuestros antepasados. Al igual que los árboles, de nuestras raíces tomamos nuestra fuerza vital original. Germinamos en el interior del cuerpo de nuestra madre, en su tierra húmeda, caliente y oscura; que funciona casi como un portal que atravesamos al nacer, medianamente conformados, para venir al mundo. Y una vez fuera, como un brote tierno, nos desarrollamos.

Nuestras raíces determinan quiénes somos, dónde estamos parados.

En constelaciones familiares hablamos de tomar esa fuerza vital, tomar esas raíces. Le llamamos “tomar a nuestros padres”. Pero, ¿Qué significa tomar a nuestra madre o a nuestro padre? ¿Se trata de una afirmación idealista? ¿De decirles que sí y pensar que son “buenos” o “buenas” sólo por habernos dado la vida? ¿Se trata de seleccionar lo que nos gusta de ellos y ellas, ignorando lo que no? ¿Se trata de amarlos incondicionalmente y repetir, consciente o inconscientemente, sus conductas que hemos juzgado como negativas? ¿Se trata de creer ciegamente en las recetas que les han servido para la supervivencia y nos han transmitido? Todas estas preguntas describen “formas” o “intentos” de tomarles. Pero ninguna de ellas está completa por sí misma. Ninguna representa una definición suficiente del tomar.

“Tomar” está mucho más acá de cualquier tipo de juicios o valoraciones morales. Por eso, a veces, lo más difícil de tomar es saber qué, hasta dónde, hasta cuándo. Y por eso decimos que es un movimiento infinito. Cualquier persona que lea esto, al igual que yo, que lo escribo, hemos cruzado hace tiempo la barrera que nos separa de una realidad sin juicios ni prejuicios. ¿Será posible volver atrás? ¿Seremos capaces de abrirnos al mundo con la inocencia de un ser casi desprovisto de lenguaje, preferencias y cosas que elegimos evitar? No sé. Sé nomás que a veces tengo una sensación cercana a eso, y se parece a la felicidad.

Entonces, tomar implica una intención. Tomar implica cuestionar nuestras lealtades, así como meternos con los valores en los que creemos y las convicciones que desarrollamos en nuestra formación como personas adultas; y, a pesar de ellos, comprender que esa fuerza vital viene de un todo que existe sin esa distinción. Un todo llamado “papá y mamá”. Un todo que, aunque podamos percibir una parte u otra (o ambas), como algo doloroso, negativo u horrendo (aunque creamos que nuestro padre, o nuestra madre, o los dos sean una mierda por tal o cual cosa, en tal o cual aspecto); nos impide ignorar una verdad fundamental e indiscutible: La vida nos llegó a través de esas dos personas. Nos constituyen. Como un regalo que no pedimos y sin embargo nos fue dado, y ya lo recibimos. Un regalo imposible de devolver, al que podemos acercarnos para tocarlo, oírlo, olerlo, degustarlo, mirarlo en detalle, sentir su peso, sentir el nuestro, jugar con él, tomarlo un poquito más. Ese regalo es principalmente nuestro cuerpo. Y nuestro cuerpo es el vehículo de nuestra percepción y de nuestro viaje a través de esto que llamamos vida. Se trata de mucho más que una pertenencia: acá (en la vida) somos nuestro cuerpo. Somos mucho más, pero todo lo demás parece partir de, o llegar al cuerpo de una u otra forma. Este regalo no es un objeto: es nuestra condición para ser y recibir cualquier otro regalo.

Nuestro cuerpo es el vehículo que nos conecta al regalo de la vida.

Es por eso que un ejercicio (inagotable) consiste simplemente en visualizar a esa madre, a ese padre que tuvimos, o a ambos, y decirles: “sí”. Tantas veces como sea posible. Decirles: “Sí, tomo de vos lo bueno y lo malo.” Luego decido que hacer con eso, luego decido si transformarlo dentro de mis posibilidades, si expresarme o accionar de la misma forma que pudieran haberlo hecho. Pero primero “sí”. “Sí a todo, tal como fue.” Y en esto consiste el reconocer.  Porque no se trata de una afirmación mental, ni de una repetición mecánica (aunque me parece que inclusive eso ayuda). Se trata de una afirmación que, lentamente, como la gotera que termina por agujerear piedras (o una coraza), penetra cada vez más profundo pudiendo abrir nuestros corazones a esa aceptación que nos permite transformar radicalmente nuestros puntos de vista, nuestros puntos de apoyo, y acercarnos a percibir más claramente nuestros deseos y proyectos. 

Las constelaciones familiares me ayudaron a esto. Y por eso dedico parte de mi vida a coordinar talleres o brindar sesiones individuales. “Para saber adónde vamos, primero hay que conocer de dónde venimos”, afirma un proverbio popular. ¿Cuáles serán nuestras ramas, nuestras flores, nuestros frutos? En el intento de tomar aquello que todavía nos cuesta, tal vez encontremos qué más tenemos para dar. Permitámonos reconocer nuestras raíces, y quizás nos sea más fácil descubrirlo.

lunes, 7 de octubre de 2019

Viaje a Trigand.

Te voy a contar una historia que podría ser la tuya. Mejor dicho, les voy a contar una historia que podría ser la de ustedes. Porque, generalmente, cuando una persona lee está sola. Pero en realidad nunca se está demasiado solo ni sola. Cualquiera puede llegar a morirse en soledad, y con su muerte suponemos que se lleva sus recuerdos y a los otros que viven dentro de sí. Pero hay una cosa cierta: Nunca nadie nació en soledad.

Por más soledad que podamos sentir, siempre hubo por lo menos una madre, probablemente un padre, a veces tíos y tías, a veces abuelas y abuelos, a veces vecinos, vecinas… Casi siempre hay alguien más, rondando, haciendo sus cosas por acá nomás. Y, en el mejor de los casos, hay alguien compartiendo.

Esta historia (que te podría pasar tranquilamente, y por eso te la voy a contar así), le ocurrió justamente a un grupito de personas un tanto especiales. La mayoría jóvenes, aunque contaban con la compañía de dos adultos. Mejor dicho, un adulto y una adulta.

Así que a partir de ahora supongamos que vos fueras una de estas personas. Podés ser cualquiera, pero así sería aburridísimo. Entonces vas a ser estudiante de séptimo grado, a punto de ir a un viaje de egresados. O sea: Vas a ser parte de un viaje de fin de curso de esta gente que compartió muchos días de su vida yendo al mismo salón, en el mismo lugar, en ciertos horarios, de forma más o menos regular; a aprender cosas interesantes, algunas otras indiferentes, y otras que les dieron la sensación de estar perdiendo el tiempo y que nunca les iban a servir para nada. Un grupo de personas que se hicieron más o menos amigas entre sí. Que no saben si volverán a verse alguna vez a partir del próximo año.

Entonces acá estás vos, con el bolsito armado, todo listo para salir. De madrugada. O capaz que no tan madrugada, pero para vos la definición de “madrugada” es cualquier momento del día en que el calor del sol no te cocine, la luz no te encandile, y nadie te tire con cosas o te levante a los gritos. Así que te levantaste, te bañaste (espero) y te fuiste, o te llevaron, a la puerta de la escuela, a esperar el colectivo para ir a Bigand.

La verdad es que el viaje pinta muy bien. Un campamento con todo el curso, comiendo algo que cocine el profe (que dicen que tiene buena mano para la cocina), quedándose hasta tarde charlando, mirando las estrellas (o las nubes, pero ojalá que las estrellas), cantando alguna canción… Pero por ahora estás acá, viendo cómo estaciona el colectivo. Y la verdad que, toda esta parte, pasa rápido: acomodar las cosas, saludar a las apuradas (algunos como si no se fueran a volver a ver nunca más), hablar un poco a los gritos, contarse, subir, apropiarse de algún asiento todavía desocupado…

Una vez en el transporte, la seño les pide que se ordenen de una vez y vuelvan a contarse. Así que, después de numerarse, por fin hacen un rato de silencio… demasiado silencio. Apenas el colectivo llega a la ruta, sentís que los párpados te pesan, que los brazos te pesan, que todo el cuerpo te pesa… te hundís en el asiento y parece que la cabeza se te fuera a caer si no estuviera unida por el cuello… hasta que por fin te dormís.

¡Y te despertás de golpe! No sabés cuánto tiempo pasó, se suponía que, a lo sumo, serían un par de horas de viaje, pero ¡es de noche! Todo está oscuro. La conductora está quieta, y la puerta de adelante del colectivo abierta. Tus compañeras y compañeros con la cara pegada a las ventanillas, todos mirando para la derecha. El profe y la seño no están.

¡Se están acercando! – grita alguien.
¡Qué miedo! – grita alguien más, y pregunta: – ¿Qué irán a hacer?

La curiosidad te empuja como un resorte invisible y te asomás por la ventana. No podés creer lo que ves: No sólo es de noche; además hay una especie de chorro de luz que sube hasta el cielo, que parece salir de un agujero blanco en medio del pasto.

¡Esto es un peligro! ¡Una locura! – grita el profe.
Coincido totalmente… ¡pero yo ahí no me acerco! ¡Ni loca! – agrega la seño.

Parece que hay una excitación general y todos hablan a los gritos. De pronto esa misma curiosidad se convierte en una especie de hilo invisible que te atrae hacia el chorro de luz. Te salís de entre los asientos y, gritando: “¡Quiero ver qué es!”, bajás corriendo para el lado de esa claridad.
El colectivo está parado en la banquina, y no se ven autos ni hacia adelante ni hacia atrás a lo largo de toda la ruta. No hay nadie por ninguna parte, nadie más que el grupo de séptimo, el profe, la seño… y la chofer. Como es la única desconocida, la mirás. Y lo que ves te sorprende: Tiene los ojos blancos, como iluminados desde adentro. Sentís que no entendés nada.

¿Qué pasó? – le preguntás al profe y a la seño, – ¿por qué la mujer que maneja el colectivo está así?
No sabemos. – Dice la seño. – Sólo sabemos que nos dormimos todos y, cuando nos despertamos, el transporte se quedó sin combustible… así que esta mujer estacionó y abrió los ojos grandes, y acá estamos.

De nuevo la curiosidad, sentís como burbujitas en la espalda, te empuja más.

¡Pará, locura! – Dice el profe… Pero ya lo escuchás apenas.

Parece que te dejaste llevar y caminaste hacia la luz, y cruzaste una especie de portal. Y ahí todo se aclaró y se escuchó un sonido muy agudo. Una sensación de caída te hizo sentir que las tripas se levantaban adentro tuyo. Como en un ascensor bajando muy rápido. Y parece que de a poco se fue deteniendo. Y la claridad se expandió y te encontraste en una especie de salón amplio, todo de mármol, con columnas, y un techo por donde parece que entrara la luz de un sol violeta iluminando un cielo rarísimo.

Te invade una sensación de estar en otro planeta. Por suerte podés respirar, y sentís una gran tranquilidad. Entonces alguien habla a tus espaldas, y, con una voz que parece conocida, dice: “Hola, te doy la bienvenida a Trigand: Tengo un mensaje muy importante para vos.” Cuando te das vuelta descubrís que hay una persona exactamente igual a vos, aunque parece tener el triple de tu edad. “No te sorprendas: Soy vos en el futuro, y en otra dimensión. Acá, el tiempo pasa tres veces más rápido. Por eso la llamamos Trigand… pero no quiero aburrirte con detalles, ni explicaciones sobre la extraña manera de invitarte a venir… Quiero decirte cosas que aprendí de la vida y que pueden servirte. ¿Qué te parece? ¿Y si mejor te las decís vos? Porque, en el fondo, ya las sabés…”

En ese momento te invade un calor muy cómodo, agradable… te quedarías a vivir en esa sensación. Pero entonces sabés lo que hizo tu yo del futuro, sabés lo que piensa, a qué se dedicó, qué le pasa… Y te lo empezás a contar… Y como este cuento no es un cuento cualquiera, porque hay algo de magia y a la vez de cierto en esto de que nos fuimos a otra dimensión; lo sabés de verdad. Y te propongo que lo imagines, que te lo cuentes, que lo escribas. Que escribas lo que te gustaría contarle, ya de grande, a la persona que sos ahora. Porque en el fondo, de verdad, lo sabés.

sábado, 18 de junio de 2016

Manifiesto decisiones.


"Tengo tiempo para saber si lo que sueño concluye en algo."
- Bajan, Luis Alberto Spinetta.

Puedo hacerme cargo de mi alimentación, hacerla cada vez más sana y responsable. Desayunar frutas, prepararme una ensalada al mediodía y un plato caliente a la noche es una forma de darme amor a mí mismo.

Cuidar el cuerpo es cuidar la salud, y la actividad física es una satisfacción en sí misma y uno puede elegir la forma que más placer le produzca.
Soy responsable de hacerme los espacios y los tiempos para estos cuidados, y para salir de la ciudad y entrar en contacto con formas más vírgenes de la naturaleza.

Me sirve medir mis palabras y no decir siempre lo primero que se me viene a la cabeza. Me sirve mirar a los ojos y sentir al otro antes de hablar. Me sirve pensar si lo que voy a decir puede ser más bello y útil que el silencio.
Puedo relacionarme con los otros de forma respetuosa, teniendo en cuenta la cortesía. Entre todos hacemos el mundo y construimos nuestra realidad cotidiana, de esta forma se embellece. Estoy al servicio de los otros.

Confiar en mí me lleva lejos, pero aun más lejos me lleva confiar en los demás, y ofrecerme íntegramente, para darles la libertad de confiar con liviandad. Permanecer sin juicios, escuchando, con el corazón abierto, es toda la seguridad que necesito en esta vida. Con la atención puesta en estar centrado y presente todo es infinitamente más fácil. ¡Me permito ser ahora mi versión actualizada!

Y cada aspecto que niego de mi mismo, cada sombra que oculto y que no muestro, cada enojo que reprimo, cada mugre, cada dolor, cada detalle horrible de mi ser se transforma simplemente sintiéndolo y dejando que se expanda. Reconozco y acepto lo que encuentro que no me gusta. Y si es en otros, lo imagino en mí hasta encontrarlo e incluirlo. Cada persona que se cruza en mi camino, cada situación, es un reflejo, porque es parte de una expresión más acabada de mi alma.

La familia es el espejo más afinado, y siempre es hecha a medida.

Hago lo que amo, y si no puedo, intento hacer con amor lo que debo hacer. Quejarse parece fácil, cambiar en mí la forma de hacer las cosas es un alivio.

Todo problema nos conduce a una solución. Siempre que necesito algo para resolver una molestia, está a mi alcance. Y si no lo encuentro, puedo pedirlo.

La respiración es una gran herramienta, la más cercana, y hay mucho que aprender sobre ella, así como mucha gente que puede enseñarlo.

La constancia es la base de los hábitos, los hábitos la base de la felicidad madura.

Empezar algo este año me libera de planes para el próximo. Concretar una idea me libera de ideas.

El tiempo es un continuo en el que las etiquetas de años, días, meses, horas y segundos son carteles que nos ubican en el camino. El presente es donde todo es posible: En él lo no hecho puede empezar a hacerse, lo que se hace se vive y lo que debe terminarse se acaba.

La mejor inversión es en experiencias. El dinero es un medio para transformar en vida el tiempo y el trabajo.

La decisión es la herramienta más fuerte, la más difícil de tomar y la más difícil de soltar.

Libertad es hacerse cargo.

Primero lo sencillo.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Nosotros, los que fuimos, los que somos, los que seremos.

Ubuntu: "Soy porque nosotros somos."
"Iñche ta kimün peñi, kimliñ iñchiñ taiñ tuwün kimaiñ chew taiñ amual."
(Yo sé, hermano, que solamente saber de dónde venimos ayudará a saber adónde vamos.)
~ Refrán Mapuche.

La importancia de la cultura ancestral está en identificar y formar al “nosotros”, porque después de todo somos nosotros. Podemos entender de una vez por todas que existe un nosotros más grande, un nosotros que abarca a todos y cada uno de “los otros”.

Y es que con la pérdida de las tradiciones (tan ligadas a la supervivencia en regiones específicas), hemos perdido la seguridad del código, del compartir, de que el otro piensa y siente parecido la realidad y la forma de resolver las dificultades.

Toda danza tradicional, todo canto, absolutamente cada manifestación de la cultura, al parecer, ha adquirido un lugar importante gracias a su utilidad para la supervivencia del grupo. Quizá, la danza de todos los días en África muestra cómo esquivar a un antílope desbocado en un intento de caza, cómo beber agua separando antes la mugre de la superficie, cómo caminar kilómetros sin cansarnos tanto. Quizá los movimientos rituales amazónicos entrañan el secreto de cómo subirse a los árboles, de cómo estirar el arco o pelar una rama. Siempre el uso eficaz de herramientas está ligado a las tradiciones, así como las letras de las canciones hablan de cómo realizar correctamente determinadas técnicas, transmiten recetas, formas de cortesía, o cuentan las cosas que le pasan a uno cuando hace algo. 

Además cualquier danza o técnica tradicional es entrenamiento para el cuerpo, vehículo de nuestra vida y existencia humana. Esto habla de lo esencial que es mantenerlo sano y dispuesto: Cuanto más hostil el clima y el lugar, más lo necesitaremos. Son muchas las danzas femeninas que incorporan movimientos específicos similares a los del parto: Entonces en el momento en que más necesita una mujer su cuerpo, porque de él depende la vida de su hijo (y quizá la suya), gracias a la danza sus músculos y articulaciones están preparados y las tareas son realizables, de forma relajada e incluso con placer.

Cuando menos energía debamos gastar para desplazarnos por el territorio, para obtener lo que necesitamos para sobrevivir, mejor. Por eso no es de extrañar que el sedentarismo esté adquiriendo características de tradición en occidente, que las vidas se acorten, que los cuerpos se intoxiquen: El ser humano no puede vivir desconectado con la naturaleza, para decirlo de otra manera: con sus modos de producción. Estamos atados a vivir como vivimos al ambiente, al territorio, a los otros, a los animales y las plantas: al planeta.

Es por eso que estamos para encontrar lo que, a pesar de nuestras diferencias, nos convierte en “nosotros”. Porque cada tradición tiene sentido y su mixtura es la forma de crear un recorrido vital único, el regalo de nuestros ancestros a quienes somos parte de esta generación global. Hoy el territorio es el mundo, no siempre el territorio físico, pero definitivamente sí el territorio cultural, el collage de pensamientos, cuentos, cantos y culturas.

E independientemente de dónde creamos que venimos hay ciertas verdades indiscutibles: Todos provenimos de una mujer y un hombre: Nuestra madre y nuestro padre, que por breve que haya sido su encuentro encerró todo el amor del mundo para dar lugar a nuestro ser, más allá de los juicios que podamos hacer sobre las circunstancias bajo las cuales se dio ese encuentro. Y teniendo claro de dónde venimos y que el sentido de la vida es para adelante, es mucho más fácil decidir hacia dónde ir.

Necesito inclinarme ante nuestro mundo y nuestra época, ante nuestros ancestros que lo hicieron posible relajándose y encontrando su guía en lo que les produjo felicidad, y que desearon guardar para los que vendríamos. Necesito aceptar nuestras oportunidades, inmensas, infinitas; y mi responsabilidad de elegir entre ellas mi parte de tarea, de aprendizaje y de disfrute.

Y tomo mi responsabilidad en la creación de un mañana para todos, en honor a los que fuimos y como regalo a los que seremos.

martes, 26 de febrero de 2013

Un primer paso.


"Las grandes realizaciones son posibles cuando se da importancia a los pequeños comienzos. Un viaje de mil millas comienza con el primer paso".
 ~ Lao Tsé.

Ahora.

En la vida hay un tiempo para cada cosa. Un largo camino del principio al fin. Y la oportunidad de dar un paso siempre está presente. Y este paso es el primero, el que damos ahora.


¿Hacia dónde es este paso que estamos dando? ¿En qué dirección nos movemos? ¿Cuál es nuestro objetivo?


A veces son preguntas demasiado grandes. Nos detenemos y giramos en círculos mirando el horizonte, y el infinito más allá. Cuando permanecemos en esta actitud más tiempo del necesario podemos sentirnos perdidos... Pero siempre contamos con una referencia clara, una pregunta más fácil de responder: ¿Dé dónde venimos?

Girando podemos ver el punto de partida. Y desde esta mirada decidir hacia dónde seguimos.

Desde acá. Sintiendo el lugar que ocupamos ahora. Ante la distancia recorrida y el camino realizado.

Ahora siempre es una encrucijada y aquí podemos modificar la marcha que venimos llevando. Seguir igual, tratar de volver, esperar, probar un sentido nuevo.

Y de esa forma elegimos nuestro destino.


Si algo parece no ir bien... ¿Qué puedo cambiar? ¿Qué posibilidades tengo? ¿Dónde veo límites? Respirar profundo, prepararnos buenas comidas, permitirnos el sueño tranquilo, limpiar nuestro cuerpo y embellecer nuestro espacio. Cualquiera es un buen primer paso.

Y a veces con eso basta.